Dependencia


El ser humano siempre, por necesidad o por deseo, termina dependiendo de alguien. No hablo de una dependencia económica ni mucho menos, sino de una dependencia sentimental.

Cuando sos niño, naturalmente existe una dependencia obvia hacia tus padres. El ser humano debe ser uno de los pocos seres vivos que nace extremadamente indefenso. Sería imposible pensar en sobrevivir sin que haya otra persona que te cuide, te alimente, te de cariño, etc.

En la juventud, es cuando buscás enamorarte, y si tenés la gran ventaja, suerte o bendición de encontrar a aquella persona con la cual compartir gran parte de tu tiempo, significa que ya no pensás en la felicidad exclusiva tuya, sino que la otra persona pasa a ser en muchos casos la prioridad. La felicidad de la otra persona muchas veces es la que justifica gran parte de tus actos.

Más adelante tenés hijos, y ese es un momento disruptivo. Hay un antes y un después de haber “creado” vida. Este debe ser el momento en que más te alejás de priorizar los deseos propios para satisfacer a esa personita que trajiste al mundo. Ya todo tu día a día gira en torno a buscar la máxima felicidad posible a tus hijos.

Cuando esos hijos ya crecieron y se hicieron grandes, ya dejás de ser tan imprescindibles en sus vidas y empiezan a comenzar su propio camino. Lo que suele suceder es que en ese momento, quienes requieren mayor atención de tu parte, son tus propios padres, ya mayores, ya sin poder ser extremadamente independientes, te empezás a preocupar por ellos e intentás que sus días sean lo más confortables y felices posibles.

A pesar de lo dicho anteriormente hay dos momentos en tu vida donde esa dependencia hacia otra persona deja de ser tan marcada, y eso se nota e influye en tus comportamientos.

El primer momento en que vivís esa sensación de ser libre y que nada ni nadie dependa de vos, es la adolescencia. Crees que podés cambiar el mundo, sos revolucionario, te importan poco las consecuencias de tus actos, y eso se debe principalmente porque, como dije anteriormente, no dependés de nada ni nadie, ni tampoco alguien depende de vos. Pensás que podés hacer cualquier cosa y que queda toda una vida por delante creyendo que siempre vas a tener ese sentimiento de que todo lo podés y que arriesgar es la regla y no la excepción.

El problema puede llegar cuando avanzás en edad y te das cuenta que ciertas premisas que pensabas no se cumplen y puede aparecer una crisis más existencial. Pero ahí ya entrás en la juventud, y si aparece esa persona, tal como comenté al principio, que te acompañará en tu día a día, ya las preocupaciones pasan a ser otras.

El otro momento en la vida en que sentìs que ya no dependés de nadie es cuando ya entrás en una edad avanzada, luego de jubilarte, ya siendo la parte más alta de la pirámide familiar, pero con una vitalidad que no creerías que podrías tener cuando llegases. La gran diferencia con la adolescencia es que sabés que no tenés una larga vida por delante, y es ahí donde puede haber una gran distinción entre esa situación que hace que puedas deprimirte por saber que ya entrás en la última etapa de tu vidas, o por el contrario, que al saber eso, te dedicás a disfrutarlo dedicando ese tiempo a priorizarte y disfrutando de lo que querés y como lo querés, sin pensar tanto en las consecuencias, tal como lo hiciste tantos años atrás.

4 comentarios:

  1. excelente... nunca lo había pensado tan bien, o en detalle así... creo que todas las etapas te dan felicidad igual...

    cuando me haga muy viejo te cuento esa parte... ¿vamos a tener el blog igual no? ja... salu2...

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    1. Ya van 7 años y por ahora nada indiqua que deje de existir el blog.

      Igual, para bien o para mal, este blog no es autobiográfico, por lo tanto yo no cumplo ya con algunas de esas etapas.

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  2. Has analizado el tema de la dependencia tan bien, que da miedo.

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